Son 21 niños que cargan la marca del dolor. Unos fueron abusados sexualmente dentro de su casa. Otros, agredidos por el padre. Otros, rechazados por la propia madre.
Chicos que conocen el sufrimiento del rechazo desde temprano. Imagine a una criatura que ve a su propia madre dándole la espalda. El mundo se derrumba. La madre, el puerto seguro, símbolo máximo de confianza y protección, deja de existir. ¡Imagine la indignación y los traumas que un ser humano como estos puede cargar!
Son niños llenos de cicatrices. En el alma y en el cuerpo. En un ataque de furia, una de las madres, adicta al crack, arrojó una olla de agua hirviendo sobre uno de los niños. Los propios médicos se espantaron con tanta crueldad. ¿Quién sería capaz de hacer eso con su propio hijo?
Como los dos hermanos encontrados dentro de un cajón de madera con heridas y síntomas graves de desnutrición. Allí vivían día y noche. Fueron recogidos para ser tratados.
Los dramas pasan de mirada en mirada. Expresan carencias. Un abrazo, una sonrisa, una caricia ya son suficientes. Pero, ¿cómo llegar al interior de estos niños? ¿Qué decirles para confortarlos? ¿Cómo socorrer un interior tan sufrido?
El sábado de Pascua en el Hogar de Menores de Carapicuíba, en San Pablo, fue diferente: estos niños recibieron el afecto de la Asociación de Mujeres Cristianas. Un trabajo de rescate que esparce semillas de esperanza. Los niños reciben todo tipo de donaciones y lo más importante: aprenden los primeros pasos de la fe. Aprenden a amar, perdonar y creer en sí mismos.
El pasado 17, todos estaban en el Cenáculo de Osasco orando con el obispo Macedo directo desde Israel. Este domingo, volvieron buscando la unción con el aceite sagrado. Es el Espíritu Santo haciendo Su parte: transformando presentes y reconstruyendo futuros a través de la Iglesia Universal.
Voluntarios del Hogar de Menores de Carapicuíba (SP)
Obrero anónimo
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